APROPIARSE[1]
Cualquiera de nosotros puede sentir el deseo de poseer algo, de hacerlo mío, para mí. Ese algo puede ser una idea, una persona, un éxito, un cargo, un proyecto, un nombre, la imagen de mí mismo... Los hago míos en la medida en que los utilizo para mi propio provecho o satisfacción.
Y así, podemos extender un puente de energías
adhesiva enlazando mi persona con ese algo; a este enlazamiento, a este hacerlo
mío, llamamos apropiación. Lo peor que puede suceder es que ese algo sea..., yo
mismo: en tal caso me transformo en propietario de mí mismo.
Naturalmente, no se trata de una apropiación
jurídica, sino mas bien psicológica o afectiva. El ser humano, pues, puede
establecer, instintivamente y sin darse cuenta, un vinculo emotivo de posesión,
un deseo vivo de hacerlo mío y para mí, una tendencia asirme a algo con las
“manos” de mis energías mentales y afectivas.
Cuando el “propietario” adherido emocional y
acaparadoramente a un algo, presiente que su apropiación está amenazada o la
puede perder, suelta una descarga de energía emocional para la defensa de las
propiedades amenazadas; es el temor que, rápidamente, puede tomar, según los
casos forma de sobresalto, ansiedad, agresividad.
El temor es guerra; es decir, la propiedad
necesita armas que la defiendan, y de la defensiva el propietario salta a la
ofensiva y ahí se hacen presentes las armas que defienden las propiedades:
rivalidades, partidismos, discordia, agresividad de toda especie.
Ello, a su vez, roba al propietario la
alegría de vivir. Le roba también libertad interior porque el propietario queda
atrapado y dominado por la misma propiedad: se hace esclavo de su propiedad.
Por otra parte, pierde también la visión
proporcional de la realidad: minimiza o sobrevalora los acontecimientos, de acuerdo
a sus temores o deseos; no puede ver las cosas tal como ellas son sino a la luz
de sus ficciones e intereses. Todo esto le hace vivir perpetuamente ansioso e
inseguro. En suma, la apropiación es esclavitud, tristeza y guerra.
Está a la vista, por constaste, que sólo los
humildes y vacíos de sí podrán habitar en el reino de la armonía, de la
sabiduría y de la paz.
Un Líder[2]
se apropia de su servicio cuando, al aplicar sus acciones[3],
lo hace (en el secreto de su corazón y seguramente sin darse cuenta) para
obtener la adhesión, la estima o simpatía de los ...[4],
buscando sentimientos como el reconocimiento, el agradecimiento. Y si, al no
obtenerlos, el Líder[5]
queda triste o frustado, es señal de que se buscaba a sí mismo, había
apropiación.
Un Responsable (o un Líder) se apropia del
cargo cuando en lugar de hacer del cargo un servicio, se sirve del cargo
tomándolo como una plataforma para proyectarse a sí mismo, para sentirse
importante, para saborear la satisfacción y la gloria que el cargo le reporte.
Es señal de que hay apropiación cuando un
Responsable no actúa ni permite que los demás actúen, o cuando a los hermanos
los hace incondicionales a su persona, dependientes y dominados, organizando
sutilmente grupos adictos a su persona para la defensa de sus intereses.
Cuando entre los lideres[6]
de una Organización[7],
surgen y se arrastran – a veces por largo tiempo – discordias y partidismos, es
señal de que algunos (o todos) se buscan a sí mismos, chocan los intereses
personales de los unos contra los de los otros, descuidando lo esencial[8].
Cuando los Responsables, en sus diferentes
niveles, agarrados al poder, proceden en relación con sus súbditos con
arbitrariedades, decisiones caprichosas e injustas o abusos de poder, es señal
de que se buscan a sí mismos, actuando movidos por rastreros motivos egoístas
que ni ellos mismos alcanzan a vislumbrarlos.
Y nunca faltan quienes se creen victimas,
mendigando autocompasión, y dejándose llevar por complejos de inferioridad o
manías persecutorias, enredan, intrigan, forman grupos... Son los buscadores de
sí mismos, y probablemente sin darse cuenta de ello.
Pero casi nadie se da cuenta de que está
metido en el juego de la apropiación, y resulta extremadamente difícil
descubrir las motivaciones que yacen bajo la conducta apropiadora, porque
siempre y en todo, cada quien cree actuar con recta intención, y por otra parte
a los apropiadores les cuesta mucho hacer una verdadera autocrítica porque
frecuentemente están ofuscados por la imagen de sí mismos, y necesitados de
estima popular.
El misterio se consuma en el mundo de las
intenciones y motivaciones, un mundo desconocido para uno mismo, y no rara vez
cuando uno creía estar actuando limpiamente, los resortes secretos que
impulsaban la conducta era hijos disfrazados del amor propio.
Como el avestruz esconde la cabeza de bajo
del ala para no ver al cazador, el amor propio (el “yo”) se disfraza, se engaña
a sí mismo, ocultándose bajo las alas de las razones, que casi siempre son
excusas y pretextos para engañar a los demás. Los apropiadores no toman
conciencia, no quieren o no pueden tomarla, les cuesta reconocer que están
metidos, en un juego de intereses camuflados, promovidos por el orgullo de la
vida y la imagen inflada de sí mismos.
Necesitamos vivir permanentemente en estado
de alerta, asomarnos al mundo secreto e inconsciente de las motivaciones, para
rectificar sin cesar las intenciones y para que Dios – su gloria e intereses –
sea el motivo inicial y final de toda nuestra actuación.
[1] Tomado de: “Transfiguración”; Ignacio Larrañaga; Editorial San Pablo;
1997.
[2] Adaptado: el termino original es un Guía.
[3] Adaptado: Original - Secciones
[4] Adaptado: Original – “tableristas”.
[5] Ibidem
[6] Adaptación: Original – “talleristas”
[7] Adaptación: Original “ciudad”
[8] Adaptación: Original – “la gloria de Dios”.
Ramón Collante
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