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martes, 7 de agosto de 2012

Percepción de una circunstancia especifica.

Ayer tuve la hermosa fortuna de tener un contacto con la naturaleza, un espacio en el campo, acompañado de un esplendoroso rio con su agua fría por su cercanía a su nacimiento en las montañas de los Farallones en el Valle del Cauca colombiano, la vegetación frondosa, el aire fresco y sin la contaminación de la urbe, y por supuesto, el radiante sol del verano, en síntesis, un perfecto contacto con lo elementales del agua, aire, tierra y el fuego –representado por el radiante Sol.

Circunstancia propicia para engalanar ese encuentro también con una profunda meditación hacia el interior del Ser, valorando lo sencillo de la vida: ¡lo natural!

No obstante, la vida te presenta circunstancias que son verdaderas lecciones y oportunidades para este continuo aprendizaje. Al retirarme del sitio tuve el antojo de degustar unos dulces de la zona y al realizar la transacción con la persona que lo suministraba sucedió, en ese momento, algo que me sorprendió: ¡un tremendo enredo en una operación de sencilla aritmética! Debí acudir a un benévolo transeúnte que me colaborará como testigo y ayuda para la vendedora y comprendería la sencilla transacción que habíamos realizado.

Pero, ¿acaso lo sorprendente es un “enredo en una operación aritmética”? No. En estos lares, todavía se puede observar personas que infortunadamente no han tenido un contacto con el aprendizaje tradicional, y con el aprendizaje de la vida misma deben hacer sus propios esfuerzos por subsistir, entre ellos lanzarse a ser vendedores informales de producto elaborados por ellos mismos y a partir de la misma practica de las transacciones que realizan aplican el sumar y restar. Entonces, esto no es lo sorprendente, lo que causó la oportunidad de aprendizaje fue: ¡mi reacción!.

Sí claro, después de haber estado en contacto con la naturaleza y aprovechado para meditar, agradecer a la madre tierra por todo su esplendor y entrega sin pedir nada a cambio, era de presumir que me encontrara lleno de tranquilidad, serenidad, compasivo y comprensivo, y por supuesto, ejecute toda capacidad para hacerme comprender de esa persona que el Universo había colocado en mi camino…, pero, llegó la lección, esa paciencia se fue convirtiendo en impotencia, el lenguaje no verbal (lenguaje corporal) hizo su aparición, hasta el punto de llevar mis manos a la cabeza e implorar a Dios que me suministrará las herramientas para hacerme comprender, en síntesis, las emociones afloraron en molestia e incomprensión.

Sí, así es, a pesar del conocimiento que se pueda tener, es posible encontrarse con personas con nuestras propias debilidades (hacemos lo mejor que podemos con lo mejor que sabemos) y se debería ser comprensivo; sin embargo, algo salta en el interior, en el inconsciente. ¿Qué será? ¿Qué recuerdos están en el subconsciente que nos hace molestar? ¿Qué modelo mental está arraigado que no nos permite que aflore lo que deseamos: ser comprensivo y compasivo? ¿Qué nos sucedió en esta vida peregrina que no hemos podido desterrar?

Son tantas las preguntas que no terminaría el artículo con mis respuestas. Lo único cierto es que mi pretendido control mental fundamentado en la serenidad, la comprensión y la compasión fue puesto a prueba y… ¡falló!. Me incomode, me fastidie, me altere, por lo tanto, me demostré que no hay ninguna salida diferente al vivir cada instante en su máxima expresión, cualquier meta u objetivo futuro solo se logra en un instante: el presente…, y cada mañana, será un nuevo presente y así sucesivamente.

Esa circunstancia específica sucedió ayer -que ya es pasado. Pero lo hermoso de la oportunidad del aprendizaje, es que solo unos minutos después del incidente, ya lo había desestimado, ya estaba en el presente, sin sentimientos de culpa, sin remordimientos por mi reacción a lo sucedido. Eso sí, elevando una plegaria al Altísimo, dándole gracia por dos cosas:

1.       Por haber puesto a esa persona en mi camino, primero, por que suministró el exquisito dulce que luego deguste con un placer inmenso, y dos, por haber puesto a prueba mi control emocional (toda persona y circunstancia tiene algo que ver contigo: ¡no lo olvides!);

2.       Por enseñarme que las emociones y sentimientos son parte de nosotros –querámoslo o no- que podemos apreciarlas, amarlas, y dejarlas ir, es decir, no apegarnos, ni engancharnos con ellas. Si sucedió, sucedió, y ya nada se podrá hacer. Entre más luches por erradicarla, mas se acentuara, y más se repetirán.        

Por lo anterior, continuo y continuaré repitiendo con el poeta Antonio Machado: “caminante no hay camino, se hace camino al andar…

Hermano lector, que el Altísimo te bendiga en prosperidad y abundancia, en todos los sentidos de tu vida, en unión de quienes ama.

Hasta pronto,

RAMÓN JOSÉ COLLANTE DE LAS SALAS

Martes, 07 de agosto de 2012

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